HERENCIA INCANDESCENTE
Algo que anduvo vertical entre tu venas,
nos pertenece ahora, oscuro abuelo nuestro.
Ya roto en mil pedazos el arisco cristal de tu mirada,
asómate a la cuenca de mis ojos,
y míranos desde el fondo del tiempo transparente.
Levántate en mis huesos, remonta los arroyos de mi sangre
y reconócenos: somos tus descendientes.
Porque hoy, como era entonces,
los hijos de los ríos llevamos como signo:
algo de rama o flor sobre la frente.
Brotada desde el verde, mecida en su esplendor sereno,
como un árbol feliz fue nuestra infancia;
y el corazón sembrado junto a las grande aguas
abrevó, ya en el alba,
un rezumo de lluvias y de afluentes.
Poco importa en la margen de qué río,
de los muchos que enhebran tu paisaje,
nos haya bautizado la voz de las corrientes.
Lo cierto es que nos unge con tu nombre
-en el azul dialecto de las aguas-
la misma claridad resplandeciente.
Aquella llama viva que te alumbró y que nos sostiene
desde el primer suspiro hasta la muerte,
nos lleva de la mano por la vida
y nos pone de pie con cada aurora
para honrar nuestra patria de esmeralda.

Oscuro abuelo nuestro:
reclamamos la herencia incandescente.
Juramos compartirla, hermano con hermano,
las manos juntas,
para guardar la inextinguible luz de tu simiente.
Porque somos los hijos de los ríos,
porque somos los hijos de tus hijos,
por la gracia de Dios.
Y para siempre.
Tuky Carboni