Perú: Sol sobre Chan Chan
(Por Por Mariana Lafont)

Página 12, 6 de mayo.- Una visita a Chan Chan, la ciudad de barro más
grande del planeta, centro de la cultura chimú. El sitio arqueológico,
cuyo nombre deriva del vocablo “Jang Jang”, que en el antiquísimo
idioma muchik significa “sol-sol”, ocupa una superficie de 20
kilómetros cuadrados y está considerado uno de los testimonios más
valiosos del pasado peruano, anterior al Imperio Inca.

En un viejo manuscrito fechado en 1604 un cronista español relata:
“[…] Vino del mar, no se sabe de dónde, en una flota de balsas, con
toda su corte y guerreros, llegó a la costa norte de lo que hoy es el
Perú, en el valle de Moche y fundó un reino.

Su nombre era Tacaynamo y fue el primer soberano de Chan Chan, la
ciudad más importante de Chimú. Tuvo un hijo llamado Guacricaur, y
éste, uno al que llamó Ñancempinco. Fueron diez los reyes de esta
dinastía. El último, Minchancamán, fue derrotado por los Incas, quienes
destruyeron la ciudad y dividieron al reyno.[…]”.

Resumidamente, esa es la historia de Chan Chan, la capital del reino
chimú, la ciudad de adobe precolombina más grande de la Tierra. Tal
como cuenta el manuscrito, fue construida antes de la llegada de los
incas en las desérticas tierras de la costa norte de Perú. Más
precisamente entre donde hoy se encuentra Trujillo, la capital de la
región de la Libertad, y Huanchaco, el balneario de los trujillanos.

Según el análisis hecho en el adobe de los muros, se cree que su
construcción se realizó en sucesivas fases y que la primera de ellas
comenzó alrededor del 800 d.C. En su época de mayor esplendor llegó a
albergar 60.000 habitantes -aunque las cifras difieren y se habla de
hasta 100.000- hasta que entre 1460 y 1470 fue conquistada por los
incas y pasó a formar parte del Tahuantinsuyo, denominación quechua del
Imperio Inca.

Para edificarla, se utilizaron materiales que abundaban en la zona. Los
muros fueron fabricados sobre cimientos de canto rodado de 50
centímetros de alto, que sirvieron como base para las paredes de
quincha (material hecho con caña y barro), mientras que los techos,
sostenidos por vigas de madera, eran de paja entretejida.

En pisos, rampas y plataformas, se empleó una mezcla de adobes rotos,
tierra, piedras y otros desechos, y la madera sólo se utilizó para
fabricar postes, columnas y dinteles. Cabe destacar que la construcción
es antisísmica, dado que sus muros son más anchos en la base (5 metros)
y más angostos en la parte más alta (1 metro).

»»Diez ciudadelas.- Chan Chan deriva del vocablo “Jang Jang”, que, en
el antiquísimo idioma muchik, significa “sol-sol” y ciertamente lo es,
ya que la enorme ciudad de barro -declarada Patrimonio de la Humanidad
por la Unesco en 1986- estuvo expuesta, siglo tras siglo, al intenso
sol de la desértica costa peruana. El sitio arqueológico cubre una
superficie total de 20 km2, de los cuales 6 km2 conforman la parte
principal donde residían las clases privilegiadas.

En el área restante -destinada a las clases bajas- hay una multitud de
pequeñas estructuras no tan bien conservadas. El núcleo central agrupa
un conjunto de diez “ciudadelas”, llamadas así por ser grandes recintos
cercados que semejan pequeñas ciudades amuralladas. De las diez
ciudadelas, nueve son muy similares y fueron bautizadas con los nombres
de los investigadores que las estudiaron.

Cada una de ellas estuvo dedicada enteramente a un rey porque cada vez
que un nuevo gobernante ascendía al trono se construía un palacio
diferente. Es decir que el heredero al trono sólo adquiría la autoridad
política del rey pero no sus posesiones, por lo tanto debía levantar su
propio conjunto palaciego y efectuar nuevas conquistas para financiar
su administración.

Algunos estudiosos sostienen que quizás ese sistema de sucesión real
haya sido la clave del gran expansionismo chimú y, más tarde, del
imperio incaico, ya que también lo adoptó.

En el sector central se encontraban las construcciones para
almacenamiento de productos y también se hallaba la plataforma
funeraria, una pirámide trunca baja y pequeña en cuyo interior se
enterraba al Gran Señor de cada ciudadela, junto con grandes ofrendas
de cerámica, textiles, mantas, plumas, discos de oro, objetos de plata,
armas e instrumentos de bronce.

Lamentablemente, gran parte de estas plataformas y construcciones fue
saqueada en los primeros años de la Conquista debido a que los
españoles creían que un gran tesoro de oro y plata permanecía oculto
entre sus muros y pirámides. En realidad durante todo el período del
Virreinato del Perú (1532-1824), Chan Chan fue objeto de múltiples
atracos, despojos y destrucciones, a tal punto que hacia 1610
comenzaron a diluirse los rasgos característicos de la sociedad chimú
hasta desaparecer completamente.

Finalmente, la olvidada ciudad fue “redescubierta” en el siglo XIX por
viajeros e investigadores que encontraron en ella una fuente inagotable
de conocimiento del pasado peruano, anterior al Imperio Inca.

»»El palacio Tschudi.- Esta ciudadela es una excelente demostración e
ilustra perfectamente la importancia del agua -en especial el mar- en
la cultura chimú. Prácticamente en todos los muros de este recinto hay
frisos con infinitas representaciones de fauna marítima. Además de
peces, pelícanos y unos animales llamados anzumitos (mezcla de lobo de
mar y nutria), se distinguen motivos lineales que simbolizarían olas y
pequeños rombos que representarían las redes de pesca.

El Palacio Tschudi, al igual que las otras ciudadelas, sólo tiene una
puerta de acceso. Esta única entrada contribuía a hacer más efectiva la
vigilancia de ingreso y salida de personas. Cabe señalar que en la
sociedad chimú regía un estricto control social no sólo como método de
defensa ante posibles amenazas de enemigos externos, sino también para
poder administrar de manera justa y rigurosa un bien como el agua, tan
escaso en una región de extrema sequedad.

Y lo más sorprendente de este lugar son, precisamente, los 140 pozos
que lograron tener para abastecerse de agua en pleno desierto de adobe.
Luego de recorrer la monocromática ciudadela durante varias horas y
bajo el sol abrasador, el viajero se topa, como un baldazo de agua fría
y refrescante, con un gigantesco estanque lleno de agua y plantas
acuáticas, digno de un espejismo. Simplemente increíble.

»»Cultura Chimú y caballitos de totora.- El Estado chimú comenzó a
desarrollarse hacia fines del 850 d. C. y tomó la base política y
social del Estado moche. Los chimú se caracterizaron por ser un reino
marítimo, expansionista y centralizado, a tal punto que en su época de
mayor esplendor llegó a conformar un vasto imperio, cuya superficie
abarcaba más de 1000 km2.

La base de su sistema productivo era la agricultura hidráulica -otra
herencia de la antigua cultura moche-, la pesca y la explotación de
oro, plata, cobre y bronce. Pero además realizaron trabajos, casi de
manera industrializada, tanto en cerámica como en tejidos. Tenían un
avanzado sistema de distribución y la sede de la administración estatal
estaba en la ciudad capital, Chan-Chan, desde la que se manejaba,
organizaba y monopolizaba la producción, el almacenamiento, la
redistribución y el consumo de bienes.

Sin embargo, uno de los legados más importantes que han dejado las
culturas moche y chimú han sido los caballitos de totora, cuyo diseño
tiene más de 3000 años de antigüedad y desde entonces no ha variado.
Este tipo de embarcación de 5 metros de largo, con la proa aguzada y
curvada hacia arriba, fue construido originalmente para transportar una
carga máxima de 200 kg durante las faenas de pesca.

Los chimú fueron grandes conocedores de las corrientes marinas y los
vientos del litoral, lo cual les permitió navegar a lo largo de la
costa e, incluso, mar adentro. En la actualidad, Huanchaco es uno de
los últimos reductos del caballito de totora (el otro es el lago
Titicaca, donde están los uros).

Desde la costa se pueden observar las embarcaciones flotando en la
inmensidad del océano. Mientras la mirada se pierde en el horizonte, la
mente comienza a viajar a través del tiempo y por momentos se tiene la
mágica sensación de estar frente a ancestrales navegantes timoneando
sus milenarias embarcaciones.

»»El perro sin pelo del Perú.- “El perro es el mejor amigo del hombre”,
dice el dicho. Y en Perú existe un perro que ha sido -y es- amigo del
habitante andino desde hace unos 4000 años, tan peruano como el pisco,
el cebiche y la bandera nacional. Se trata del perro sin pelo del Perú
y su nombre, obviamente, lo explica todo. Este curioso perro es
totalmente calvo debido a que no desarrolla el folículo piloso.

Más allá del pelo, es un perro como cualquier otro, de un carácter muy
noble y atento. Las primeras noticias sobre la existencia de esta
simpática raza canina vienen de los escritos de cronistas que llegaron
con Francisco Pizarro aunque, en realidad, se desconoce su origen
exacto.

Cuando llegaron los conquistadores, el perro sin pelo del Perú fue
vinculado por los españoles a rituales idolátricos y comenzaron a
exterminarlo sin piedad. Afortunadamente no lo lograron y aún hoy
podemos verlos.